El hombre es el unico ser que tropieza dos veces en la misma piedra.
Y tres, y cuatro... y mil. ¿Cuantas veces nos hemos de tropezar para darnos cuenta de lo que hacemos? Nadie lo sabe, porque nunca es un número fijo.
La experiencia demuestra que lo mejor que se puede hacer cuando te encuentras con una piedra es darle una patada, de tal manera que la sigas teniendo delante, a buena distancia, pero sin perderla de vista. Luego, al cruzarte de nuevo con ella, todo depende, puedes darle otra patada o ya dejarte tropezar y caer, para no levantarte, quedándote plácidamente tumbado en el suelo, aunque te des de morros.
El problema es que no todo el mundo nace futbolista y no sabe dar patadas. En ocasiones, la propia patada te hace caer de culo, al encontrar solo vacio al que golpear. Otras veces, el toque te sale torcido, y la piedra se desvía fuera de tu vista. O te pasas de fuerza y la pierdes en el horizonte.
Lo curioso es que pase lo que pase, después de tropezarte, cuando por fin dejas de tambalearte, miras hacia delante y sigues buscando piedras.