Tristeza Infinita

Hay días que paso las horas esquivando. En el viaje de autobús, me enfrasco en la lectura para sentirme inmerso en el libro que me acompaña, si no hay sitio con la música del mp3. Lo cierto es que en ocasiones eso no ayuda, que ya sabemos todos que hay canciones y canciones.
En el trabajo, llamadas, frío, cafés, comer con la gente del curro... Buscando actividades para no pensar, porque la ves asomándose tras una esquina, o en un rincón, o bajo tu silla, como el monstruo que nos atemoriza de niños.
Vuelta a casa, de nuevo libros y música, caras y más caras de gente que va y viene. Miras hacia atrás y sonríes pensando que la has despistado.
De repente, ante ti, ves una cara que te recuerda algo, con un rasgo familiar, el pelo, los ojos, la forma de moverse... No conoces a esa persona pero te recuerda a alguien.
Busca un asiento, se arrellana en el frío plástico y ahí está: todo el día esquivándote y sigues delante de mí.
Bajas la vista al libro y de nuevo consigues unirte a Ottavia, Farag y la Roca en su búsqueda. Y llegas a casa, plancha, cacharros sucios, mensajes, conversaciones fugaces. Cae la noche sin rastro de ella.
Pero de nuevo, y sin tener escapatoria posible, ahí está, sentada en el sofá, a tu lado, y ya nada puedes hacer. Sólo marcharte a la cama para luchar un día más por que no te encuentre la tristeza infinita.